No sé por qué mis amigas me habían arrastrado a esta ciudad
cuando sabían que estaba deprimida, y que lo último que quería era hacer un
viaje tan lejos. Pero bueno, ya que estaba aquí, intentaría olvidarme del
culpable de mi tristeza.
Eso pensé, pero mis amigas no ayudaban: en todos los sitios
donde fuimos había parejitas enamoradas y acarameladas, lo que hacía que verlas
me diese unas fuertes punzadas en el pecho y ganas de llorar. Cuando por fin
volvimos al hotel, me dijeron que me esperarían a las 10 en el hall y que me
pusiera lo más elegante que pudiera. “Estupendo” pensé irónicamente, “una fiesta elegante,
justo lo que necesitaba”.
Sólo me había traído un vestido rojo casual y un par de
tacones a juego. Me solté el pelo y me puse una flor blanca que había en la
habitación. Mientras bajaba hacia el hall pensaba que, si me sentía incómoda
volvería directamente al hotel, no estaba de humor para aguantar más parejitas.
Me sorprendió ver que todas llevaban vestidos poco
arreglados como el mío, y al final, entre tantos comentarios de “qué guapa
estás” y parecidos, pude enterarme que
íbamos a ir a un lugar donde se podía ver el mar. Allí nos sentamos en la barra y bebimos.
Como mis amigas estaban hablando cosas que no me
interesaban, dirigí mi mirada para apreciar la decoración marinera del local, y
las lámparas de luz tenue y cambiante que nos iluminaba. Hasta que una luz
diferente captó mi atención.
Nunca había visto unos ojos verdes tan brillantes como
aquellos. Eran dos esmeraldas en la cara morena de aquel hombre en el otro extremo del bar, que no
paraban de mirarme. Noté como mi cara
cambiaba de color a rojo y me giré bruscamente mirando fijamente mi mano apoyada en la barra. Al poco tiempo,
una de mis amigas me agarró del brazo para que saliera a bailar. Bebí un poco
más y la seguí hacia la pista de baile para distraerme un poco y para que mi cara volviese a su color natural.
Cuando habíamos bailado tres canciones ya me había olvidado de sus ojos verdes, hasta que me encontré con ellos al chocar con su dueño, que
me agarró de los hombros con unas suaves y grandes manos. Me pidió perdón y me preguntó si me había
hecho daño. Rápidamente mi cara volvió a sonrojarse y negué con la cabeza, ya
que mi voz no quería salir. Noté que poco a poco su mano derecha se había
posado en mi espalda, y su izquierda recorría suavemente mi brazo hasta
alcanzar mi mano derecha.
Cuando me di cuenta estábamos
girando al ritmo suave de una bachata. Mi pecho ya no me dolía, parecía que
todo a nuestro alrededor se esfumaba
conforme seguíamos los pasos. Él me miraba tiernamente con una ligera
sonrisa en el rostro. Terminó la canción, pero ninguno queríamos soltar la mano
del otro. Paramos, me sonrió y me llevó hacia el balcón del local, donde apenas
había gente.
Podíamos ver como lentamente empezaba a amanecer. Me rodeó
con sus brazos y me besó suavemente en
el cuello. Suspiré
Nunca imaginé que
encontraría a alguien así, que solo con un baile fuese capaz de reparar mi
corazón.
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Este relato ha surgido a partir de mi visión al escuchar
esta canción:
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