miércoles, 2 de abril de 2014

Relato: Nueva York



No sé por qué mis amigas me habían arrastrado a esta ciudad cuando sabían que estaba deprimida, y que lo último que quería era hacer un viaje tan lejos. Pero bueno, ya que estaba aquí, intentaría olvidarme del culpable de mi tristeza.
Eso pensé, pero mis amigas no ayudaban: en todos los sitios donde fuimos había parejitas enamoradas y acarameladas, lo que hacía que verlas me diese unas fuertes punzadas en el pecho y ganas de llorar. Cuando por fin volvimos al hotel, me dijeron que me esperarían a las 10 en el hall y que me pusiera lo más elegante que pudiera. “Estupendo”  pensé irónicamente, “una fiesta elegante, justo lo que necesitaba”.
Sólo me había traído un vestido rojo casual y un par de tacones a juego. Me solté el pelo y me puse una flor blanca que había en la habitación. Mientras bajaba hacia el hall pensaba que, si me sentía incómoda volvería directamente al hotel, no estaba de humor para aguantar más parejitas.
Me sorprendió ver que todas llevaban vestidos poco arreglados como el mío, y al final, entre tantos comentarios de “qué guapa estás”  y parecidos, pude enterarme que íbamos a ir a un lugar donde se podía ver el mar. Allí  nos sentamos en la barra y bebimos.
Como mis amigas estaban hablando cosas que no me interesaban, dirigí mi mirada para apreciar la decoración marinera del local, y las lámparas de luz tenue y cambiante que nos iluminaba. Hasta que una luz diferente captó mi atención.
Nunca había visto unos ojos verdes tan brillantes como aquellos. Eran dos esmeraldas en la cara morena de aquel  hombre en el otro extremo del bar, que no paraban de mirarme.  Noté como mi cara cambiaba de color a rojo y me giré bruscamente mirando fijamente  mi mano apoyada en la barra. Al poco tiempo, una de mis amigas me agarró del brazo para que saliera a bailar. Bebí un poco más y la seguí hacia la pista de baile para distraerme un poco y  para que mi cara volviese a su color natural.
Cuando habíamos bailado tres canciones ya me había olvidado  de sus ojos verdes, hasta que  me  encontré con ellos al chocar con su dueño, que me agarró de los hombros con unas suaves y grandes manos.  Me pidió perdón y me preguntó si me había hecho daño. Rápidamente mi cara volvió a sonrojarse y negué con la cabeza, ya que mi voz no quería salir. Noté que poco a poco su mano derecha se había posado en mi espalda, y su izquierda recorría suavemente mi brazo hasta alcanzar mi mano derecha.
 Cuando me di cuenta estábamos girando al ritmo suave de una bachata. Mi pecho ya no me dolía, parecía que todo a nuestro alrededor se esfumaba  conforme seguíamos los pasos. Él me miraba tiernamente con una ligera sonrisa en el rostro. Terminó la canción, pero ninguno queríamos soltar la mano del otro. Paramos, me sonrió y me llevó hacia el balcón del local, donde apenas había gente.
Podíamos ver como lentamente empezaba a amanecer. Me rodeó con sus brazos  y me besó suavemente en el cuello. Suspiré

 Nunca imaginé que encontraría a alguien así, que solo con un baile fuese capaz de reparar mi corazón.

*****************************************************************************
Este relato ha surgido a partir de mi visión al escuchar esta canción:


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario