sábado, 22 de junio de 2013
Relato: Olor a mar
Al bajar del autobús aspiramos el aroma a sal que provenía de la playa. El hotel era muy acogedor. En primer lugar se veían en su fachada tres balcones apilados de manera desordenada encima de la entrada. Mi habitación se encontraba hacia la mitad de un largo pasillo de color azul y puertas blancas.
Dentro de la habitación todo era de un precioso blanco luminoso, con una maravillosa vista del atardecer en la playa. En el centro había una gran cama con grandes cojines blancos y suaves. A los pies de la cama se encontraba un baúl de madera. A la izquierda había un gran armario, en el cual sobraba más espacio que el que pude ocupar con toda mi ropa. A la derecha de la habitación y frente al armario había un grandioso tocador que sostenía un gran espejo. Todos los muebles de madera mostraban el color blanco envejecido, el cual me transmitía una gran paz y serenidad. En el baño el color cambiaba a cobrizo con trazos blancos. Había una bañera antigua, un lavabo y un inodoro de porcelana en un tono blanco crudo, y un armario de mimbre para las toallas y los productos de aseo.
En un principio sólo tomaría un baño y me relajaría en la gran cama hasta quedarme dormida, y a la mañana siguiente iríamos todos a la playa. Ése era el plan, así que me dispuse a cumplirlo.
Dentro de la bañera, entre el agua tibia y la espuma del jabón pude sentir como si al cerrar los ojos pudiese levitar. Una vez fuera de la bañera sequé mi pelo, me deslicé mi pijama de seda y me encaminaba hacia la cama, pero tres golpes en la puerta de la habitación frenaron mi avance. Me acerque confusa a la puerta, gire el picaporte y, abriendo lentamente me encontré con su cara. La mía empezó a mostrar un tono rojizo cuando le pregunte qué hacía en mi puerta tan tarde. Dijo que quería hablar conmigo sobre algo importante y que no podía esperar al día siguiente. Asentí y deje que entrara en la habitación, mientras que yo imaginaba alguna razón por la que el chico para el cual yo no era más que una amiga tenía tanta urgencia por venir a mi habitación en mitad de la noche. No me dio tiempo siquiera a poder imaginar alguna respuesta, no me dejo ni coger aire de la impresión al agarrarme de los hombros y besarme de manera tan dulce y apasionada.
Mientras me besaba me iba empujando poco a poco hacia el borde de la cama, hasta que caímos encima de la ligera colcha que la cubría. En ese momento me dijo que no podía soportarlo más y que me tenía que decir que estaba enamorado de mí desde hacía tres años.
Al oír esas palabras escondí mi cara entre mis manos para dejar escapar de entre mis dedos las lágrimas de felicidad que aguardaban impacientes a escucharlas. Mientras que el me secaba las lagrimas yo le besaba, con dulzura y cariño. El me siguió besando y acariciando cada vez con más intensidad y deseo, hasta que entre nosotros sobraban las telas de los pijamas. Mi corazón palpitaba desenfrenadamente con cada nueva caricia. Su mano se deslizo por mi piel hasta tocar mi pecho. Al momento sentí un placentero escalofrió por mi cuerpo, mientras que poco a poco nos uníamos formando una misma realidad, dejando que nuestros sentimientos fluyeran a través de nuestros cuerpos.
Por fin llegó el amanecer, y con el nuestras figuras enredadas en las suaves sábanas de la cama, abrazados, dormidos y deseosos de poder pasar nuestras vidas juntos y felices.
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