Como cada mañana, mi despertador empezó a sonar sobre las ocho y media. Como cada día, me costaba levantarme y desayunar un café y una tostada. pero ese día era muy distinto a todos los demás. Mientras desayunaba recibí un mensaje: "recuerda que te quiero". No pude reprimir una sonrisa al pensar en él, y en lo que cambiaría todo a partir de hoy.
Había quedado con mis amigas para comer en el centro de la ciudad. Estaban nerviosas y no hacían nada por disimularlo o calmarse. Deseaban que el reloj fuese más rápido, pero no tanto como yo lo deseaba.
Sobre las cinco volví a casa y mi madre me abrazó con su cabeza llena de rulos. Subí a ducharme mientras escuchaba mi emisora de radio favorita. Aún con el pelo mojado mi madre intentó ponerme unos pendientes de perlas mientras que yo esperaba a que se secara la manicura francesa. Ya peinada y maquillada llegó el gran momento: el vestido que varios meses antes había escogido, y apartado de la vista de algún curioso interesado.
La suave seda perlada erizaba la piel de mis brazos, y los zapatos no me hacían daño, eran viejos. El recogido adornado con florecillas azules dejaba caer sobre mi espalda algunos rizos sueltos. Al fin pude mirarme en el espejo y encontrar una imagen de mi que me ponía muy nerviosa. No solo porque lo vería pronto, sino por saber que, a partir de esa noche, estaríamos juntos el resto de nuestras vidas.
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